martes, 5 de febrero de 2013

Las poesías de Orozuz


1 - Inicios

 Como todos los días, Orozuz y yo, salíamos de nuestros respectivos hogares y nos encontrábamos en la esquina convenida. Una vez juntos, cruzábamos la calle y entrábamos al bar (nótese que dije ´al bar´ y no ´a un bar´. Esto nos da a entender que nos referimos a un único bar, y que por ende no nos toparemos con otro por ahora. Si llega a aparecer otro bar en la historia, los voy a notificar). Bueno, como decía, una vez dentro del bar, nos sentábamos en la mesita que estaba junto a la ventana (´la ventana´. Mismo caso que con el bar) y ordenábamos nuestro desayuno. Bueno, en realidad era Orozuz quien lo ordenaba, porque es un histérico del orden y para desayunar tranquilo, tienen que estar las medialunas apiladas de mayor a menor, las tazas de café ubicadas en una misma línea, siendo que nos sentábamos enfrentados, etc. Me acuerdo que una vez le pregunté si para él, éstas eran necesidades primarias y me respondió ´No. Preescolares.´; así que la cosa iba en serio. El punto es que eran las ocho y treinta de la matina, y ya estábamos llenando nuestros estómagos.
-Che, ¿alguna vez te sentiste estafado?- le pregunté yo. Sinceramente no se porque lo pregunte, ni se que pretendía escuchar como respuesta, pero por alguna razón lo hice. 
-Estafado no. Pero una vez me sentí estofado. Sentía mucho calor y era como si estuviera bañado en salsa. También tenía la sensación de que algún gigante con un tenedor hecho a medida, fuera a comerme en cualquier momento. Luego pasó. -me respondió Orozuz y agregó-¿Me podrías alcanzar el azúcar, Mendelevio?-. Yo no me llamo Mendelevio. Por algún extraño motivo, él nunca me llamó por mi nombre. Es mas, creo que ni siquiera lo sabe. No recuerdo habérselo comunicado jamás, aunque ahora reflexiono que puede que él  nunca me lo haya preguntado. Suele empezar el día llamándome de alguna manera y luego, a medida que tiene que recurrir a mi nombre por alguna razón, hace variaciones sobre ése nombre inicial que escogió. Ese día pasó de Mendelevio a Mendelvón, luego a Mendelele, después fue Mendélis, Mandela, Manguera, Marianela y Mariquena.
 Orozuz y yo siempre tenemos largas y profundas charlas durante nuestro desayuno. Hablamos de la naturaleza de las cosas, filosofamos horas y horas sobre el material con el que construyen las mezquitas en algunos países, etc.. Claro que semejantes conversaciones pueden desencadenar ciertos pleitos y no siempre finalizamos en buenos términos. Orozuz es un tipo muy crítico, muy tajante que no tiene interés en guardárse lo que no le gusta. Es de ésos que consideran que los superhéroes son unos hijos de puta por operar como fuerza parapolicial (una vez levantó denuncia contra El Palacio De La Justicia, demandando que ese lugar era un centro de detención clandestina). De ésos que no aceptan las imposiciones de la sociedad como una constante, sino como una simple variable booleana que necesita cambiar de FALSE a TRUE, y él es quien va a presionar la tecla RUN. 
(ver algoritmos de Programación I – Pascal for DOS)

2. Gravedad Cero

 Orozuz finalizó su desayuno a las diez en punto, como siempre. No se cómo hará, pero siempre calcula el tiempo exacto que necesita para llevarse la comida a la boca, masticar, deglutir, pagar, agradecer y desaparecer. A las diez y un minuto, ya esta parado sobre la vereda de enfrente, sobre la cual elabora pequeños poemas, gracias a la inspiración generada por cinco medialunas de manteca.

Diagramas de la nada.
No te veo pero te siento. Gris. No caes.
Gravedad cero.
Pero puede cambiar. En cualquier momento.
Todo se dio vuelta.
Te cagaste un golpe.
Jodete. Yo te avise.


3 - Degustación de arte

 Cuando su reloj marcó las diez y treinta, automáticamente guardó su libro mental de poemas y me hizo la seña de partida. Yo siempre lo esperaba en la esquina porque, realmente, me avergonzaba su comportamiento.
-No entiendo porque te alejas de mí cuando expongo mis sentimientos al mundo.-me decía Orozuz indignado. Le resultaba inexplicable  que yo, su íntimo confidente, no apreciase su magnífica e improvisada obra. Nunca la entendí.
-No es que no me guste, pero que se yo... tiene algo...- le respondí, siendo lo mas suave posible, porque si hay algo que Orozuz alguna vez detestó, es que le sean muy directo e hiriente. Y luego agregue:- además, ¿sabes qué? tus poemas son una mierda-. 
 Durante esa mañana no hubo mas discusiones, pero tampoco hubo menos. Orozuz seguía cuestionándose su pasta de artista. En un determinado momento me arrepentí de haber denigrado sus poemas de esa forma. Luego me retracté en mi pensamiento. Son una verdadera cagada. ´Andate al carajo´ le dije.  Me respondió ´Gracias. Sabía que al final, te iban a gustar´. 

4 - Conexión Sónica

 Recuerdo muy bien que Orozuz no estaba bien vestido. De hecho, nunca anda bien vestido. Sus atuendos siempre alternan entre lo barroco y lo pos-moderno, pero sin tener en cuenta las corrientes que se intercalan en el medio. Yo le aconsejé que debía comprarse ropa mas adecuada. Siempre le aconsejo lo que creo pertinente. Igual nunca me hace caso, excepto ese día, en que el movimiento de su cabeza me transmitía el mensaje: SI. 
-Che Molibdeno ¿A dónde podemos ir a comprar?- me preguntó, mientras de reojo se miraba en la vidriera de una boutique.
-Y... podemos ir a ver a Conexión Sónica. Yo conozco a un muchacho que trabaja ahí y nos puede dar buenas recomendaciones.- le respondí y salimos quemando caucho hacia el local.
 Llegamos a Conexión Sónica, el negocio de moda mas concurrido del país, y nos atiende una señorita delgada. Nos hace pasar y nos invita a sentarnos. Luego nos invita un mate. Aceptamos y lo tomamos. Mientras yo guardaba el mate, la señorita hace un gesto provocador a mi amigo y enciende la radio. Bailaron todos los éxitos del momento como ´Frenético Frenesí´ o ´El Hamster Volador´. Al finalizar la fiestita, hace aparición mi amigo, R.
-¿Qué haces negro? Hace un tiempito que no aparecías por acá.- me dice, mientras acaricia los glúteos de la empleada delgada que todavía seguía bailando.
-Si, que se yo. Te traje a uno para que me lo pongas lindo. ¿Podrás?- le dije, soñando con el momento de llegar a casa y masturbarme pensando en ese rico mate que había tomado.
-Creo que puedo hablar por mi mismo- interrumpía Orozuz- quiero que me ponga lindo señor R.-
-Sígame por acá- le dijo y se fueron ambos por una puerta, la cual me pareció que estaba pintada sobre la pared, al mejor estilo Warner Brothers. 
 Al cabo de quince minutos aparece R, y con él venía un muchacho alto, de buen porte. Se miran intensamente y luego el muchacho alto le dice ´Muchas gracias.´ 
 Salí del local acompañado de este muchacho, completamente desconocido para mi. Luego de varias cuadras de largas contemplaciones y pocas palabras, empiezo a comprobar que en ese rostro tan perfecto, en ese cutis tan pulcro, se dejaban ver ciertos rasgos de Orozuz. Entonces me di cuenta de que era él. Estaba realmente lindo.

5 - La búsqueda del filo

 Eran alrededor de las once y cuarenta y cinco a.m. cuando a Orozuz se le ocurrió hacerme la pregunta mas difícil de toda la mañana:
-¿Cuál es tu nombre, Molinari?- me dijo. Me quedé helado por diez minutos. Durante ese tiempo, y aprovechándose de mi estado, varios chicos se acercaron con cucharas y comieron de mi. Luego volví a ser carne. Tantié mis bolsillos buscando mi cédula, para comprobar mi verdadero nombre. Tenía mas intriga que Orozuz. La encuentro y me fijo. No encuentro nada en ella que me recuerde un nombre existente, o alguno que Orozuz haya dicho alguna vez. 
-Es imposible que alguien se llame 24.233.487. A no ser que seas un robot. ¿Lo sos?- me insinuaba mi amigo, presionándome a reconocer mi naturaleza droide. No supe cómo reaccionar. ¿Y si lo era? . Orozuz estuvo lo que quedaba de la mañana y algo de la temprana tarde, buscando en mí, alguna perilla que evidencie mi condición cibernética.
-Igual, aunque no tengas botones ni nada, no estas limpio de ser un robot. Cada vez los hacen mejor y es probable que los circuitos estén escondidos bajo tu supuesta epidermis. Tengo que levantarte la piel. Lo siento.- me dijo y sacó su Victorinox falsa, oferta en el colectivo. Revisó todas sus funciones y apéndices pero no pudo hallar nada cortante. Solo contaba con: sacacorchos, quita grapas, cuchara húngara y limpia-cabezales de casetera (poper). Al descubrir esto, Orozuz olvidó completamente el asunto de mi nombre real y  la incertidumbre sobre mi naturaleza. 

6 - A duras penas

 Ya hace varios años que nos conocemos, aunque en realidad esto es algo contradictorio porque nos conocemos muy poco. Todo lo que yo pude haber descripto antes sobre Orozuz no son mas que conjeturas que saqué a lo largo de nuestra relación. Él nunca se dignó a confirmarlas, lo que no las absuelve de su condición de conjeturas. Nos conocemos tan poco que una vez estuvimos parados uno al lado del otro durante veinte minutos sin reconocernos. Inclusive él intento conquistarme con algunos piropos, hasta que me reconoció, por la forma mover mis ´sensuales labios´ (segun él) al hablar.
 Volviendo al tema de ese día, luego de lo acontecido supe que debía saber la hora. Observé el sol y las sombras que se proyectaban sobre la acera. Eran las doce y cincuenta y cinco del mediodía. La hora exacta para mas poemas de mi amigo o mas tortura para mi dignidad. Como siempre, camine hasta la esquina, me senté y espere que terminara.

Lapidario de marfil. Entrégate a la tentación.
Hazme un hombre feliz o una mujer triste.
Tus caricias paliativas.
Tus instintos frugívoros.
Se que lo deseas. 
Pero no. 
Nunca lo tendrás. 
Virginidad anal... siempre.

 Por desgracia, Orozuz eligió el centro de la avenida Punitorio para recitar su obra. Los automovilistas son tipos respetuosos y esperaron a que termine de plasmar sus poesías en la nada. Después, arrancaron y lo hicieron mierda. Como consecuencia, a Orozuz lo podemos encontrar todos los días trabajando día y noche detrás de una vidriera, en el Museo Forense de la Facultad de Medicina.

lunes, 30 de julio de 2012

El pie izquierdo


En el momento exacto en el que subieron a la combi que los llevaba al aeropuerto, el muchacho de la administración del hotel puso un pie en el transporte y dijo: -Familia Iluminati, por favor acérquese a recepción.-


Todos sabían perfectamente de que se trataba: la abuela se había robado unas canastitas que adornaban las habitaciones, algunos jabones y todo el alcohol que ofrecía el frigobar. La administración dio un ultimátum: O las devuelven o las pagan. La abuela se puso combativa: - ¡Ni loca! ¡Jamás! ¡Patria o muerte!- gritaba en el lobby.


Algunos miembros de la familia se lo tomaban mejor que otros. Había risas y complicidad pero también rubores de vergüenza e incomodidad.


El viaje había comenzado con el pie izquierdo (zurdo, comunista), ya que en el embarque de partida la abuela ya mostraba su inconformidad con el sistema. Una vez que el resto de la familia había pasado sus valijas por los rayos X del aeropuerto, llegó su turno. Su bolso pasó sin mayores inconvenientes pero a la hora de atravesar el detector de metales, no tuvo la misma suerte. “Pase por acá señora” dijo el policía. Nadie sabe muy bien cómo, pero segundos antes del cacheo, la abuela se quitó los 5 gramos de marihuana hidropónica que llevaba en la medibacha y se los puso a en el bolsillo de la campera a Faula, la menor de la familia. Cuando la niña pasó por al lado de la policía aeronáutica, un oficial advirtió un bulto extraño en el abrigo y la hizo a un costado.
-¿Qué es esto?- preguntaba con severidad el policía.
-No sé y si supiera no te lo diría.-
Faula, que conocía muy bien a su abuela, se dio cuenta rápidamente que aquella droga era de ella y si había algo que su abuela le había enseñado, era que nunca debía traicionar a sus camaradas. 
-Preguntá todo lo que quieras, total tengo una pastilla de cianuro en la mano. Si la cosa se pone áspera, me la voy a tomar.- decía Faula, muy desafiante.
La abuela había sido entrenada para la guerra de guerrillas en el norte argentino durante la primera mitad de la década del 70. Consideraba a sus nietos su mejor ejército y desde niños les transmitió la rebeldía ante el sistema, el abrazo desinteresado hacia las masas oprimidas y la lucha incesante ante la injusticia social. Lo que el resto de la familia se preguntaba, es “¿qué tendrá que ver la dictadura del proletariado, con el robo de las canastitas del hotel?”


Como habrán podido captar hasta ahora, la vieja no tenía un dedo de coherencia. El viaje fue una idea de ella, por el aniversario del fusilamiento de Severino Di Giovanni. Y en conmemoración al legado de su mártir, todos debían viajar al mejor hotel de Cataratas (¿?). Al resto de la familia, poco le importaba el anarquista ni los delirios de la abuela, pero disfrutaban del viaje (viaje que, por cierto, pagaban sus hijos). Y una vez allí, la escena era siempre la misma:


“¡Váyanse, burgueses capitalistas! ¡Déjenme sola con mis nietos!” les gritaba. Sus hijos, cabizbajos pero resignados, se limitaban a obedecerla.
“¡No me bajen los brazos, pendejos! ¡La imaginación al poder! Ustedes tienen las herramientas para cambiar este mundo podrido.”


Así era la abuela. Y en aquella escena del lobby, mientras la administración exigía que se devuelvan los adornos que habían sido sustraídos, la octogenaria señora le quitó el seguro a su granada de mano y, mientras sonreía mostrando sus dos dientes de oro, se la colocó entre los pechos.
“Yanquis de mierda, esto es para ustedes: I´m sorry, con excuse me” dijo, y voló en mil pedazos, llevándose con ella, algunos miembros de los miembros del personal.
La familia, que nunca perdía los modales, agradeció a los que quedaban vivos por la atención y se subieron nuevamente a la combi, que los llevaría al aeropuerto.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Ellos, en la casa.

-Dale, levantate morsa.- decía ella, mientras pateaba la cama.
-Para loca, ¿qué hora es?- parecía decir él, entre flemas y lagañas.
-Es la hora de que colabores con el hogar, querido. ¡Pareciese que yo limpio porque me gusta, de golpe! ¡No me hagas regañar, que no quiero ser tu madre!.-
Con un esfuerzo sobrehumano, se levantó de la cama y se dirigió hacia el baño para asearse.
Ella, impaciente,  lo esperaba en el living con un balde y un trapeador. Sabía que hasta que la sangre no se ausente de su pene, él no iba a lograr orinar con comodidad, por lo cual le dio unos minutos extras, antes de entrar a la fuerza al baño y sacarlo de las pestañas.
Finalmente el sonido del agua corriendo señalizó el fin de sus tareas.
-Tomá, pasá el trapo por el piso que yo voy para arriba a exfoliar las totoras.- le dijo ella.
Él miró el balde.
-¿Le pusiste Procenex?-
-No, mejor aún. Es una mezcla precisa de agua,  lavandina y gin tonic. Receta de de mis antepasados.-
-¿Ah si? ¿de quién, de tu abuela Diana?-
-No, de Éter. La señora que trabajaba en casa. Es casi como mi familia, solo que me enseñó más cosas.- finalizaba ella y se alejaba por las escaleras con su exfoliador inalámbrico.
Él se quedó mirando sus herramientas de trabajo. “Necesito otro balde y otro trapo” pensó.
Comenzó  a trapear muy torpemente. Primero mojaba el trapo en el balde, luego lo escurría sobre el piso y, recién ahí, pasaba el trapeador sobre las pocas gotas de líquido que había derramado. Luego, con su mano, pasaba el otro trapo por el piso y lo escurría en el otro balde. Por suerte para todos,  ella terminó rápidamente sus tareas, justo para observar aquella escena. Si no lo hubieran interrumpido, la habitación hubiera estado lista en no menos de 26 horas.
-Dejame a mi mejor, que sos un inútil- le dijo ella, y le quitó el trapeador.
Él se sentó en la mesa, puso sus pies sobre una silla (muy atento a no intervenir con el aseo) y prendió un cigarrillo. Se mantuvo en silencio, pensativo. Luego le dijo:
-Ya sé que te voy a regalar para tu cumpleaños: Una masacre pasional en algún lugar del cono urbano.-
-Si! ¡Me encanta!. Pero que el asesino se confiese en no menos de tres días- le dijo ella, pausando brevemente su actividad.
-Cómo te gustan esos casos a vos. Deberías haber sido abogada.- dijo él
-O psicóloga forense- respondió ella.
-o Chiche Gelblum- retrucó él.
Ambos se quedaron pensando.  Luego de unos segundos, se miraron repentinamente.
-¿Estas pensando lo mismo que yo?- le dijo ella.
-Si, creo que sí- respondió el.
Dejaron todo lo que estaban haciendo, y se fueron a anotarse en la carrera de periodismo en la primer universidad privada que encontrasen.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Paranoia en el ciberespacio


Supe de inmediato que alguien me había hackeado Lo podía sentir en el aire... ¡Malditos piratas! ¡Puedo olerlos desde mi ordenador!
                Sin perder tiempo ingresé mi clave codificada en do menor y accedí a mi base privada de datos. Respiré relajado cuando vi que todos mis archivos estaban ahí. Yo sabía que ese backup me iba a salvar tarde o temprano. Aunque esto no estaba terminado, ni estaba resuelto. Debía seguir buscando. Las posibilidades de infección de troyanos era improbable, pero no imposible. Revisé y revisé. No deje ni un DLL sin chequear. Pero nada. No había pistas.
Conecté mi banda ancha a mi acelerador Plus Master 2000 y me lancé a navegar a todo trapo. Viento en popa, la vela de mi navegador era una perfecta oreja de burro. ¡Tenía que averiguar qué había sucedido! Revisé todas las casillas de correo, mientras mi nuevo antivirus con A.I. (Artificial Intelligence) me ayudaba a que ningún e-mail infectado me pudiera dañar. Seguía sin tener respuestas.
Mis miedos aumentaban más y más. Mis palpitaciones llegaban a trescientos por minuto. No podía dejar de pensar en mis preciados passwords wifi, en mis excesivamente imprescindibles utilitarios… No iba a quedarme de brazos cruzados con esos hackers violando mi intimidad. Era necesario hacer una copia extra de toda mi información. A la velocidad de un ser humano desesperado, corrí a mi colección de dvd`s vírgenes de alta fidelidad y tomé unos cuantos. Copié todo lo que pude de mi disco duro para calmarme un poco.
Luego me acordé de algo que no había tenido en cuenta y decidí ir a chequear las redes. No encontré más que unas tarariras y una estúpida boga. Mi mente me estaba aniquilando. La paranoia subía y subía. ¡Los veía en todas partes! ¡Pequeños piratillas entrando en mi CPU, carcomiendo mis memorias, revolviendo mis carpetas!
En un momento de locura, arranqué el monitor y lo arrojé contra la pared. Me quedé así, en la oscuridad sollozando y bebiendo escocés. No fue suficiente para calmarme. A los diez minutos llegué con un nuevo monitor (aún mas plano que el anterior) y volví a la investigación. Comencé a analizar mi Twitter y  mi Google+ pensando quién podría haberse entrometido. Había que empezar con los cercanos... Decidí re abrir mi ICQ y mi MSN. Amenacé a todos de muerte y prometiendo asesinar a los hijos de sus hijos. ´Con eso ya se dejarán de molestar´, pensé.
                Me serví otro escocés y medité sobre el asunto. Y en apogeo de mi crisis, y relativamente borracho, decidí releerme todos mis manuales de programación: C++, C, Visual Basic, Clarion, C Sharp, Java, Cold Fusion y Asp. ¡Pero no estaba yendo a ningún lado con esos estúpidos textos! ¡Había que actuar!
                Telefoneé a la policía. Me dijeron loco, insano y demente, entre las palabras más suaves. Al carajo con esos idiotas. Luego recordé algo: ¡dentro de los dvd`s que había quemado, no incluí nada de mi excesivamente adorado archivo de pornografía! ¡Eso me puso aún peor! Ya se avecinaba el fin. Escuchaba las voces de esos endemoniados hackers toqueteándose con mis videos y fotos. ¡Pero la cosa no iba a quedar así!
                Bajé mis pantalones y comencé  a masturbarme a máxima velocidad mientras recorría velozmente toda mi galería multimedia triple x, accionándolos a todos al mismo tiempo.
                No pude llegar al climax. Me desmayé mucho antes. Desperté en unidad coronaria
-Descuide, ya esta bien.- me dijo una enfermera.
                Pero no soy ningún tonto. Solo quieren demorarme un poco más. Estúpidos hackers. Ya verán cuando me recupere.

Justicia poética

Teo había cumplido treinta años. Tenía un auto y un controlador midi. Tenía un buen bigote y una no muy satisfactoria hemorroides. Pero también tenía una vecinita de enfrente, persona a quien espiaba, casi diariamente, desde su balcón. Y lo hacía con sigilo, desde la penumbra de su oscuro apartamento. Siempre fantaseando con acariciar aquellos rosados pómulos, bañados en rizos de oro. Besar esos labios de porcelana, que insinuaban quebrarse en el primer beso. Nunca le había hablado ni sabía su nombre, pero aún así sentía que la amaba desesperadamente.
Cada bendita mañana (alguna que otra maldita, también) él abría las puertas del balcón y se asomaba para verla. Y ahí estaba ella, solitaria, con su máquina de coser. Y cosía y cosía delantales. Con el tiempo, Teo empezó a darse cuenta de que realmente quería llegar a ella, siendo que el voyeurismo que venía practicando desde hace tiempo ya no lo llenaba como antes. En ese momento decidió no acercarse más su balcón, aunque sea hasta poder elaborar una buena forma de alcanzarla. Pensó y pensó; desechó miles de ideas típicas. Algo era seguro: Teo no tenía el valor para hablar personalmente, ni siquiera por teléfono. Lo primero que le vino a la cabeza fue enviar una caja de bombones con tarjeta. Pero luego cayó en cuentas de lo trillado del asunto y la descartó por completo. Entonces se vino con la idea mandar un comando SWAT que entrara violentamente por la ventana y luego le cantaran algo romántico a cuatro voces, pero tampoco le cerraba del todo. Teo estaba seguro de que algo debía enviar: Caballos de madera, autos deportivos, bailarines exóticos, drogas duras...Ninguna de estas ideas lo convencían del todo. Y fue ahí cuando llegó la mas atrevida e infalible de todas: la poesía. Infalible porque la poesía gusta, la poesía estremece, emociona. La poesía perdura en el tiempo. Un poema escrito hace cientos de años, llega hoy a nosotros, produciendo lo mismo que en aquél momento. No podía fallar.
Comenzó mirando estante por estante de su biblioteca, leyendo cuanto libro de poesía encontrase. Muchísimos autores, muy diferentes entre sí, pasaron por sus ojos esa tarde: Lorca, Baudelaire, Neruda, Rimbaud, Bukowski. Desde lo mas romántico y empalagoso hasta lo mas directo y burdo. Finalmente se decidió por un libro de poemas muy bellos y simples. Comenzó a transcribir lo que leía. Una vez finalizada la tarea, decidió no colocar título ni autor de los poemas. De hecho tampoco se animó a firmar la carta, temeroso de ser rechazado y perder la chance para siempre... Se dispuso enviarla personalmente, deslizando el sobre bajo su puerta. El poema elegido decía algo así:

Tengo la convicción de que no existes
y sin embargo te oigo cada noche
te invento a veces con mi vanidad
o mi desolación o mi modorra
del infinito mar viene su asombro
lo escucho como un salmo y pese a todo
tan convencido estoy de que no existes
que te aguardo en mi sueño para luego.

La tarde siguiente aguardó paciente desde su balcón, con la esperanza de poder observar la reacción de su amada. Para suerte de Teo, la muchacha no solo recibió la carta sino que además se sentó junto a la ventana, en el mismo lugar de todos los días, y comenzó a leer. Al finalizarla, pudo ver como su vecina sonreía y se sonrojaba a la vez, emocionada. Teo estaba igual.
Al día siguiente, un nuevo poema estaba listo para ser enviado. Mismo libro, mismo autor. La carta, igual de anónima.
Cuando la segunda fue enviada, Teo se instaló en su puesto a observar. La muchacha la leyó nuevamente en la ventana. Su reacción fue mayor aún. La de Teo mucho mas..
Y con el tiempo siguieron los poemas y las cartas, y la chica todos los días sonreía y se sonrojaba. Lagrimeaba y reía. Siempre emocionada, mientras Teo seguía anónimo desde su balcón.
Luego de seis meses y veinticinco días de secreta correspondencia, Teo nuevamente comenzó a sentir que lo que hacía lo estaba dejando insatisfecho. Ya no era suficiente una carta. Tenía que hablarle y para eso había que juntar valor. Muchísimo. Alrededor de cuatro o cinco quilogramos de valor. Una vez así, pensó la forma de encarar el tema. ´Este... mira... yo soy el de los poemas, ¿sabías?´ o ´Hola nena, vamos a rockear´. Pero ninguna era realmente buena y durante un rato permaneció esbozando distintas frases y maneras de arrancar.
Concluyó en que lo mejor sería la espontaneidad, y se mandó. Cruzó la calle, tocó el timbre y se presentó. Ella lo dejó pasar y se sentaron en su living. Hablaron muchísimo tiempo. Horas y horas. Hablaron de las cartas, poemas y el autor. Casi llegando a la nochecita, Teo volvió a su departamento. Lloraba desconsoladamente, totalmente destrozado. No pudo hacer nada para remediarlo. Luego de seis meses de poemas, la chica ya estaba profundamente enamorada de Mario Benedetti.

martes, 25 de octubre de 2011

El que ríe último, ríe mejor

20 de Mayo de 1995. A la tardecita, con un mate.

-Acercate nena, que no te puedo ver.- le dijo Mabel Benesdra de Benadril a su hija. Griselda Benadril se acercó hacia ella con una notable resistencia. Llevaba puesto un vestido muy caro, con lentejuelas y achicorias.
-No sé si quiero ir mamá, tengo las tetas por el piso de estas reuniones de mierda.- le respondió Griselda.
                Su padre, inmóvil desde su sofá, estaba enroscadísimo en un zapping infinito. Mabel lo miró y le dijo:
-¡Geranio, decí algo por favor! Esta mocosa de porquería no solo que no se quiere poner el vestido de tía Helma, sino que además dice barbaridades sobre las fiestas de tu familia, será posible...-
                En ese momento los ojos de Mabel explotaron en una catarata de lágrimas que logró llenar el cuarto hasta los talones de los que pisaban su suelo. Geranio Benadril apagó el televisor. Se levantó y caminó hasta su hija y su esposa. Las miró y les dijo:
-Mabel, no me importa. Ni el vestido, ni la tía Helma, ni las fiestas, ni mi familia ni la tuya.-
                Una vez explotados, los ojos de Mabel implotaron en un punto negro profundo, tal vez sin fondo. Griselda corrió por las escaleras que la conducían a su cuarto. En el camino iba sacándose el llamativo vestido de su tía. Ella no lloró. Sé que mientras subía esas escaleras, llevaba una pequeña, siniestra e injustificada sonrisa.
                Al llegar la noche, la familia Benadril se sentó a cenar a una hora propia. Había otras horas que no le eran propias, pertenecían a otras familias. Ellos solo habían comprado de las nueve hasta las diez y cuarto. A veces se extendían un rato mas, cuando la familia Thompson, dueños desde las diez y cuarto hasta las doce, estaban de vacaciones. Pero ese día no sucedió.
-Griselda, hija mía, contame ¿cómo te fue hoy en el colegio?- preguntó Mabel Benesdra de Benadril.-
-Bien mami, ya te conté. Te dije que la primera hora no la tuvimos porque Leonora, la profe de Fructología, no vino. Mas tarde a Betina la cagaron a trompadas en el baño de discapacitados del subsuelo. Y en la última hora me sacaron de clase para sancionarme por desconfiar de la Asamblea General Constituyente.-
                Geranio Bendaril miró a su hija con desprecio pero no dijo nada. Mabel, casi sin haber escuchado a su hija, disfrutaba una centolla viva. Con la boca llena, dijo:
-Bueno, me alegro nena. Geranio, por favor, me tenes que arreglar el jardín de invierno. Me gustaría que luzca un poco más oscurantista.-
                Geranio siguió comiendo, sin decir nada. Terminó de comer, sin decir nada. Se levantó de la mesa y sin decir nada, entró al baño. Dentro del mismo continuó en silencio, sin decir nada. Salió y se sentó nuevamente en la mesa sin decir nada. Luego dijo:-Nada.-
-A veces me avergüenzan. No puedo creer que sean mis padres.- gritó en voz muy bajita Griselda.
-No tenés de qué avergonzarte mi nena, porque no somos tus padres.- contestó quien hasta ese momento había sido su progenitor.
-¿Perdón?- dijo Griselda sorprendida-.
                Mabel miró a Geranio con cara de `eso no se dice´ y explicó:
-Si, querida, es verdad. No somos tus padres. Yo soy tía Helma y tu padre es Boris, el sepulturero.-              
               Griselda comenzó a sonreír. Después soltó una risita ligera que fue transformándose en una carcajada leve. Luego siguió una risotada macabra y poderosa que estremeció a más de un vecino. Se reía porque siempre lo supo. Ella los había engañado a todos.
                                              
                

miércoles, 19 de octubre de 2011

Situación cotidiana de cuatro personas en un living.

                 Gristian llegó exhausto. Había sido un largo y extenso día en busca de trabajo. Laura y Neto ya estaban sentados alrededor de la mesa del living. César estaba en la cocina
-¿Y? ¿Cómo te fue, Gris?- le dijo Laura.
-Bastante mal. Está muy jodido.- respondió él.
-¿Qué pasó? ¿No era un trabajo en un restaurante? ¿Llevaste el currículum?- preguntó Neto.
- Si, pero mis experiencias anteriores no me sirvieron de nada. Me dijeron que para poder ser un buen mozo tendría que invertir algunos millones en cirugía estética, y aún así estaría lejos. -
                Laura lo abrazó, pero Gris enseguida se desprendió diciendo:
-¡Che pero qué olor a chivo, mujer!–
-Ah ¿te gusta?- dijo ella.
-¡Me encanta!- continuó Gristian.
-Y ya esta casi listo.-informó César, que volvía de la cocina todo transpirado, mordisqueando un pedazo de carne de chivo. Neto levantó la mirada y dijo:
-Aprovecho para pasarles el chivo, muchachos: Voy a estar todos los viernes en el teatro Gran Arcada. Armamos una pequeña obra con los chicos del centro y vamos a exponer. Vengan.-
Hubo un silencio de corchea en la sala. Alguien lo interrumpió.
-César, andá a la cocina y verificá que el chivo no se pase.-
-Ya lo pasé recién – dijo Neto.
-Habla del animal, imbécil – le explicó Gris.
-¿Es un animal imbécil? Eso no lo decían en Discovery... – se contrarió César.
- Parece una conversación de sordos. – dijo Laura.
- ¿Eh? – dijeron todos los demás.
- El chivo esta listo.- anunció César mientras lo apoyaba sobre el centro de la mesa.
-¿A quién le toca bendecir hoy?- le preguntó Laura. César dejó servir la carne en los platos y, llevándose la mano al bolsillo de su pantalón, sacó una pequeña libretita negra. La examinó y dijo:
-A ver espera... le toca a... Neto.- dijo mirando al bendecidor del momento.
-¿Por qué yo? ¡Yo bendije anteayer! Hoy le toca a Gris.-
- ¡No! Yo lo hice durante toda la eucaristía.- se defendía Gristian.
- Eso, más que una bendición, fue una maldición.- le infirió Neto. Y siguió:-Para bendecir así, mejor no digas nada.-
César revisaba una y otra vez la libreta para definir de quién era turno. Los demás continuaron discutiendo y argumentando delirios, hasta que Gristian los interrumpió bruscamente para dirigirse a Laura.
-Laura, ¿estás bien? Te pusiste pálida… te bajó la presión me parece. Traigan sal.-
-No, sal no. Es azúcar.- se interpuso Neto.
-¿Cómo le vas a dar azúcar, bestia? ¡Si es diabética! – le gritó Gris.
-No, no es diabética. Creo que es hipertensa.- comentó entre dientes César.
                Laura no emitía palabra. Tampoco omitía.
-Bueno, no se. Traé las dos y vemos.- finalizó Gris.
                Neto corrió a buscar el salero y la azucarera.
- Yo estoy bien muchachos, pero gracias por preocuparse. – dijo  Laura, muy relajada.
- Bueno ¿comemos? – dijo César.
Finalmente, todos comenzaron a alimentarse y no dijeron palabra. Sí, en cambio, dijeron letras. Laura comenzó con la A y los demás la siguieron pero sin respetar el orden alfabético. De tanto en tanto intercalalaban alguna que otra letra griega, como gama o ypsilon. Una vez terminada la cena, cada uno lavó su plato. No hubo postre pero alguien tomó café, y dijo que estaba riquísimo.