miércoles, 30 de noviembre de 2011

Ellos, en la casa.

-Dale, levantate morsa.- decía ella, mientras pateaba la cama.
-Para loca, ¿qué hora es?- parecía decir él, entre flemas y lagañas.
-Es la hora de que colabores con el hogar, querido. ¡Pareciese que yo limpio porque me gusta, de golpe! ¡No me hagas regañar, que no quiero ser tu madre!.-
Con un esfuerzo sobrehumano, se levantó de la cama y se dirigió hacia el baño para asearse.
Ella, impaciente,  lo esperaba en el living con un balde y un trapeador. Sabía que hasta que la sangre no se ausente de su pene, él no iba a lograr orinar con comodidad, por lo cual le dio unos minutos extras, antes de entrar a la fuerza al baño y sacarlo de las pestañas.
Finalmente el sonido del agua corriendo señalizó el fin de sus tareas.
-Tomá, pasá el trapo por el piso que yo voy para arriba a exfoliar las totoras.- le dijo ella.
Él miró el balde.
-¿Le pusiste Procenex?-
-No, mejor aún. Es una mezcla precisa de agua,  lavandina y gin tonic. Receta de de mis antepasados.-
-¿Ah si? ¿de quién, de tu abuela Diana?-
-No, de Éter. La señora que trabajaba en casa. Es casi como mi familia, solo que me enseñó más cosas.- finalizaba ella y se alejaba por las escaleras con su exfoliador inalámbrico.
Él se quedó mirando sus herramientas de trabajo. “Necesito otro balde y otro trapo” pensó.
Comenzó  a trapear muy torpemente. Primero mojaba el trapo en el balde, luego lo escurría sobre el piso y, recién ahí, pasaba el trapeador sobre las pocas gotas de líquido que había derramado. Luego, con su mano, pasaba el otro trapo por el piso y lo escurría en el otro balde. Por suerte para todos,  ella terminó rápidamente sus tareas, justo para observar aquella escena. Si no lo hubieran interrumpido, la habitación hubiera estado lista en no menos de 26 horas.
-Dejame a mi mejor, que sos un inútil- le dijo ella, y le quitó el trapeador.
Él se sentó en la mesa, puso sus pies sobre una silla (muy atento a no intervenir con el aseo) y prendió un cigarrillo. Se mantuvo en silencio, pensativo. Luego le dijo:
-Ya sé que te voy a regalar para tu cumpleaños: Una masacre pasional en algún lugar del cono urbano.-
-Si! ¡Me encanta!. Pero que el asesino se confiese en no menos de tres días- le dijo ella, pausando brevemente su actividad.
-Cómo te gustan esos casos a vos. Deberías haber sido abogada.- dijo él
-O psicóloga forense- respondió ella.
-o Chiche Gelblum- retrucó él.
Ambos se quedaron pensando.  Luego de unos segundos, se miraron repentinamente.
-¿Estas pensando lo mismo que yo?- le dijo ella.
-Si, creo que sí- respondió el.
Dejaron todo lo que estaban haciendo, y se fueron a anotarse en la carrera de periodismo en la primer universidad privada que encontrasen.

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