lunes, 30 de julio de 2012

El pie izquierdo


En el momento exacto en el que subieron a la combi que los llevaba al aeropuerto, el muchacho de la administración del hotel puso un pie en el transporte y dijo: -Familia Iluminati, por favor acérquese a recepción.-


Todos sabían perfectamente de que se trataba: la abuela se había robado unas canastitas que adornaban las habitaciones, algunos jabones y todo el alcohol que ofrecía el frigobar. La administración dio un ultimátum: O las devuelven o las pagan. La abuela se puso combativa: - ¡Ni loca! ¡Jamás! ¡Patria o muerte!- gritaba en el lobby.


Algunos miembros de la familia se lo tomaban mejor que otros. Había risas y complicidad pero también rubores de vergüenza e incomodidad.


El viaje había comenzado con el pie izquierdo (zurdo, comunista), ya que en el embarque de partida la abuela ya mostraba su inconformidad con el sistema. Una vez que el resto de la familia había pasado sus valijas por los rayos X del aeropuerto, llegó su turno. Su bolso pasó sin mayores inconvenientes pero a la hora de atravesar el detector de metales, no tuvo la misma suerte. “Pase por acá señora” dijo el policía. Nadie sabe muy bien cómo, pero segundos antes del cacheo, la abuela se quitó los 5 gramos de marihuana hidropónica que llevaba en la medibacha y se los puso a en el bolsillo de la campera a Faula, la menor de la familia. Cuando la niña pasó por al lado de la policía aeronáutica, un oficial advirtió un bulto extraño en el abrigo y la hizo a un costado.
-¿Qué es esto?- preguntaba con severidad el policía.
-No sé y si supiera no te lo diría.-
Faula, que conocía muy bien a su abuela, se dio cuenta rápidamente que aquella droga era de ella y si había algo que su abuela le había enseñado, era que nunca debía traicionar a sus camaradas. 
-Preguntá todo lo que quieras, total tengo una pastilla de cianuro en la mano. Si la cosa se pone áspera, me la voy a tomar.- decía Faula, muy desafiante.
La abuela había sido entrenada para la guerra de guerrillas en el norte argentino durante la primera mitad de la década del 70. Consideraba a sus nietos su mejor ejército y desde niños les transmitió la rebeldía ante el sistema, el abrazo desinteresado hacia las masas oprimidas y la lucha incesante ante la injusticia social. Lo que el resto de la familia se preguntaba, es “¿qué tendrá que ver la dictadura del proletariado, con el robo de las canastitas del hotel?”


Como habrán podido captar hasta ahora, la vieja no tenía un dedo de coherencia. El viaje fue una idea de ella, por el aniversario del fusilamiento de Severino Di Giovanni. Y en conmemoración al legado de su mártir, todos debían viajar al mejor hotel de Cataratas (¿?). Al resto de la familia, poco le importaba el anarquista ni los delirios de la abuela, pero disfrutaban del viaje (viaje que, por cierto, pagaban sus hijos). Y una vez allí, la escena era siempre la misma:


“¡Váyanse, burgueses capitalistas! ¡Déjenme sola con mis nietos!” les gritaba. Sus hijos, cabizbajos pero resignados, se limitaban a obedecerla.
“¡No me bajen los brazos, pendejos! ¡La imaginación al poder! Ustedes tienen las herramientas para cambiar este mundo podrido.”


Así era la abuela. Y en aquella escena del lobby, mientras la administración exigía que se devuelvan los adornos que habían sido sustraídos, la octogenaria señora le quitó el seguro a su granada de mano y, mientras sonreía mostrando sus dos dientes de oro, se la colocó entre los pechos.
“Yanquis de mierda, esto es para ustedes: I´m sorry, con excuse me” dijo, y voló en mil pedazos, llevándose con ella, algunos miembros de los miembros del personal.
La familia, que nunca perdía los modales, agradeció a los que quedaban vivos por la atención y se subieron nuevamente a la combi, que los llevaría al aeropuerto.

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